Siempre, desde que era niño, soñaba
con ser arquitecto. Solía recorrer con mis padres las avenidas de San Pablo y
les decía todos los cambios que yo le haría”, recuerda uno de los directores
latinoamericanos más reconocidos en el mundo. Fernando Meirelles quería
construir y terminó haciéndolo, pero en 24 cuadros. “Es verdad, ésta fue otra
forma de construir”, replica sonriente.
El hombre que logró un lugar en el cine en 2002 con su adaptación sobre Ciudad de Dios, nominada al Oscar, y que se afianzó tres años después con El jardinero fiel y más tarde aquella adaptación de la novela Ensayo sobre la ceguera, del premio Nobel José Saramago, a la que llamó A ciegas.
“Volver nunca es fácil, siempre implica una búsqueda, un trabajo interior que involucra a otros, pero el resultado suele darme cierta felicidad”, explica ahora que retorna a la pantalla grande con 360, un filme que explora el misterio de las coincidencias y las relaciones personales, y que le permitió dirigir a Anthony Hopkins, Rachel Weisz, Vladimir Vdovichenkov, Jamel Debbouze, entre otros.
-¿Cómo se involucró en este proyecto?
-Me enviaron el guión. Peter Morgan lo desarrolló a partir de la idea original del dramaturgo vienés Arthur Schnitzler quien escribió hace casi 100 años el clásico Der Reigen que fue, a su vez, adaptado por Max Ophuls en La Ronde. A partir de la estructura circular de la historia, Peter creó este filme que no tiene casi nada que ver con La Ronde excepto que tanto la película como la obra teatral comienza con una prostituta en Viena. Su intención era mostrar cómo todos estamos conectados y cómo nuestros actos afectan a las personas del otro lado del mundo. Peter le envió el guión a David Linde, quien me llamó.
-Rachel Weisz, Jude Law y Anthony Hopkins. ¿Fue difícil armar un reparto con tantas figuras?
-Aunque parezca mentira, el más difícil fue Vladimir Vdovichenkov, que interpreta a Sergei. Él es una superestrella en Rusia, allí le es imposible caminar por la calle sin ser acosado. Fue muy duro conseguir que aceptara. Querían que yo cambiase la propuesta inicial, pero me empeciné. Jamel Debbouze también estaba muy ocupado con una obra de teatro, así que cuando decidimos que íbamos a rodar entre marzo y junio organizamos todos los horarios para que pudiéramos tenerlo esos pocos días en París.
-Sus películas tocan temas relativos a las miserias humanas en los diferentes estratos sociales, ¿le preocupa la desigualdad enmascarada?
-¿A quién no? Tal como ocurre en Colombia, o en la Argentina, nosotros también vemos la realidad de las favelas siempre desde afuera. En Ciudad de Dios, intenté presentar ese universo especialmente para el público que va al cine en Brasil, que es la clase media. Para que conociera qué pasa ahí adentro, cuáles son las reglas.
-¿Le interesa el cine argentino?
-Por supuesto, ustedes experimentan un momento muy interesante en la realización fílmica. Me interesa y me gusta ver películas argentinas, aunque tengo poco tiempo, pero tienen excelentes exponentes y grandes logros internacionales.
-Vive en Brasil, pero desde “Ciudad de Dios” no hizo más cine brasileño, ¿por qué?
-La industria en mi país es muy rara. Hacer una película da un trabajo inmenso y es vista por poca gente; de hecho, si un producto es exitoso consigue un millón de espectadores. En cambio, si haces un programa de televisión y es un fracaso es visto por veinte millones de personas. Entonces francamente en mi país prefiero hacer tele. Internacionalmente el cine es más fácil de financiar y recibo muchas invitaciones para hacerlo. Pero no sé si voy a hacer cine por mucho tiempo.
-¿Va a dejar de filmar?
-Estoy pensando seriamente en parar, tal vez cambiar de área. Sigo haciendo cine porque me involucro con las historias, pero siento que haré uno o dos filmes más y luego daré por terminada mi carrera. Ya no quiero dirigir, necesito hacer algo nuevo. La vida es muy corta y he decidido que no puedo estar haciendo siempre lo mismo.
-¿Le molesta no haber ganado un Oscar?
-Estoy muy tranquilo con eso, la nominación de Ciudad de Dios fue sorpresiva y claro que a cualquiera le gustaría recibir un premio, pero quedan algunas posibilidades aún (risas).
-Ha contado que desde chico, por la profesión de médico de su padre, viajó mucho, ¿eso aportó a su visión curiosa sobre el mundo?
-Soy un ser humano, ¿cómo no afectarme?, vivimos en sitios con gente de diversas necesidades, pobres, ricos sin afecto, todo… tuve otra perspectiva, otro modo de entender y valorar lo bueno, y también las miserias humanas.
-En Kenia filmó “El jardinero fiel”, ¿qué tanto marcaron esas semanas de rodaje en su vida?
-Fueron tres semanas y después de eso, la pobreza se gravó en mi retina de otra manera. El abandono y la postergación que sufre esa gente es impiadoso.
-¿El cine puede cambiar la realidad?
-Ojalá, hay varios cineastas que esperamos que nuestro trabajo sirva más que como mero entretenimiento.
El hombre que logró un lugar en el cine en 2002 con su adaptación sobre Ciudad de Dios, nominada al Oscar, y que se afianzó tres años después con El jardinero fiel y más tarde aquella adaptación de la novela Ensayo sobre la ceguera, del premio Nobel José Saramago, a la que llamó A ciegas.
“Volver nunca es fácil, siempre implica una búsqueda, un trabajo interior que involucra a otros, pero el resultado suele darme cierta felicidad”, explica ahora que retorna a la pantalla grande con 360, un filme que explora el misterio de las coincidencias y las relaciones personales, y que le permitió dirigir a Anthony Hopkins, Rachel Weisz, Vladimir Vdovichenkov, Jamel Debbouze, entre otros.
-¿Cómo se involucró en este proyecto?
-Me enviaron el guión. Peter Morgan lo desarrolló a partir de la idea original del dramaturgo vienés Arthur Schnitzler quien escribió hace casi 100 años el clásico Der Reigen que fue, a su vez, adaptado por Max Ophuls en La Ronde. A partir de la estructura circular de la historia, Peter creó este filme que no tiene casi nada que ver con La Ronde excepto que tanto la película como la obra teatral comienza con una prostituta en Viena. Su intención era mostrar cómo todos estamos conectados y cómo nuestros actos afectan a las personas del otro lado del mundo. Peter le envió el guión a David Linde, quien me llamó.
-Rachel Weisz, Jude Law y Anthony Hopkins. ¿Fue difícil armar un reparto con tantas figuras?
-Aunque parezca mentira, el más difícil fue Vladimir Vdovichenkov, que interpreta a Sergei. Él es una superestrella en Rusia, allí le es imposible caminar por la calle sin ser acosado. Fue muy duro conseguir que aceptara. Querían que yo cambiase la propuesta inicial, pero me empeciné. Jamel Debbouze también estaba muy ocupado con una obra de teatro, así que cuando decidimos que íbamos a rodar entre marzo y junio organizamos todos los horarios para que pudiéramos tenerlo esos pocos días en París.
-Sus películas tocan temas relativos a las miserias humanas en los diferentes estratos sociales, ¿le preocupa la desigualdad enmascarada?
-¿A quién no? Tal como ocurre en Colombia, o en la Argentina, nosotros también vemos la realidad de las favelas siempre desde afuera. En Ciudad de Dios, intenté presentar ese universo especialmente para el público que va al cine en Brasil, que es la clase media. Para que conociera qué pasa ahí adentro, cuáles son las reglas.
-¿Le interesa el cine argentino?
-Por supuesto, ustedes experimentan un momento muy interesante en la realización fílmica. Me interesa y me gusta ver películas argentinas, aunque tengo poco tiempo, pero tienen excelentes exponentes y grandes logros internacionales.
-Vive en Brasil, pero desde “Ciudad de Dios” no hizo más cine brasileño, ¿por qué?
-La industria en mi país es muy rara. Hacer una película da un trabajo inmenso y es vista por poca gente; de hecho, si un producto es exitoso consigue un millón de espectadores. En cambio, si haces un programa de televisión y es un fracaso es visto por veinte millones de personas. Entonces francamente en mi país prefiero hacer tele. Internacionalmente el cine es más fácil de financiar y recibo muchas invitaciones para hacerlo. Pero no sé si voy a hacer cine por mucho tiempo.
-¿Va a dejar de filmar?
-Estoy pensando seriamente en parar, tal vez cambiar de área. Sigo haciendo cine porque me involucro con las historias, pero siento que haré uno o dos filmes más y luego daré por terminada mi carrera. Ya no quiero dirigir, necesito hacer algo nuevo. La vida es muy corta y he decidido que no puedo estar haciendo siempre lo mismo.
-¿Le molesta no haber ganado un Oscar?
-Estoy muy tranquilo con eso, la nominación de Ciudad de Dios fue sorpresiva y claro que a cualquiera le gustaría recibir un premio, pero quedan algunas posibilidades aún (risas).
-Ha contado que desde chico, por la profesión de médico de su padre, viajó mucho, ¿eso aportó a su visión curiosa sobre el mundo?
-Soy un ser humano, ¿cómo no afectarme?, vivimos en sitios con gente de diversas necesidades, pobres, ricos sin afecto, todo… tuve otra perspectiva, otro modo de entender y valorar lo bueno, y también las miserias humanas.
-En Kenia filmó “El jardinero fiel”, ¿qué tanto marcaron esas semanas de rodaje en su vida?
-Fueron tres semanas y después de eso, la pobreza se gravó en mi retina de otra manera. El abandono y la postergación que sufre esa gente es impiadoso.
-¿El cine puede cambiar la realidad?
-Ojalá, hay varios cineastas que esperamos que nuestro trabajo sirva más que como mero entretenimiento.
Fuente: 7 Días
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